"Chapultepé"


Todo empieza llegando a reforma en domingo (Craso error, todo está "hasta el full" ). Sin un solo lugar de estacionamiento, damos vueltas y vueltas: Reforma, circuito, chapultepec, Reforma de nuevo. Decidimos estacionarnos cerca y llegar en metro a Chapultepec.
 No cabe duda de que hay que vivir la circunstancia ajena para valorarla. En 5 minutos, dejamos de sufrir el bloqueo parcial de  reforma por los weyes inconcientes de las bicicletas, para disfrutar el bloqueo cuando dejamos el auto. Es una chulada poder circular sin ningún problema por reforma, con mis hermanos ecologistas de las bicicletas (no´mas es cosa de bajarse del coche para cambiar de óptica). Sin ruido, sin la hostilidad de los autos. 
Tomamos el metro, y los niños que no viven acá, lo ven con cierto estupor, pues no entienden que hace un tipo con una escandalosa bocina con ritmos tropicales, en la espalda. Yo, que solía ser un tigre en la experiencia del metro, ahora, poco después de salir de la estación, saqué mi gel de alcohol para ponerle a toda la familia, pues la ansiedad de haber agarrado el tubo del metro, no me dejaba vivir, y creía que unos instantes mas, y las bacterias me dejarían lisiado pa´toda la vida. No hay mas, o con los años me vuelvo mas obsesivo, mas marica, o mas mamón. 
Caminamos por la entrada hacia el castillo, y lo que ahora me llama tanto la atención, es la gran diversidad de gente de la Ciudad de México, tanta gente diferente camino al castillo de Chapultepec. Están los típicos güeros que no hablan español, con su mochila de expedición, que parece que vienen de la selva amazónica, en lugar de recién haber salido del metro, los niños de primaria a los que les dejaron de tarea algo de visitar un museo, las miriadas de parejas de novios, de todos los estilos. Familias completas, hasta la abuela sube al castillo (unas gorditas al borde del colapso, y otras flaquitas que ven como sus nietos gorditos, están al borde del colapso). 
Todo mundo es diferente, a excepción de 2 grupos uniformados en corte de cabello y ropa: Los militares (por obvias razones), y los de la tribu urbana de cabello muy corto, tatuajes, jersey como de base-ball, pantalones muy aguados, y tenis grandes y claros. ¿Quienes son?, ¿Que piensan?, quien sabe.
La experiencia no es completa si los niños no se compran algo inutil (a los ojos del adulto). En este caso, un changuito de alambre y peluche (en serio) horrible, polvoso, y mal acabado, pero que en aras de mantener la paz, vivir la experiencia, y reactivar la economía, se los compra uno (las tribulaciones de un padre nunca terminan).
La subida al castillo en realidad no muy pesada, pero la fila del trenecito, al inicio de la subida, la impresión de que uno va a subir al K2, pues la fila es larga, y el trenecito, muy lento, completamente justificado para ancianos, mujeres embarazadas, o niños muy, pero muy pequeños, y no tanto para el promedio familiar que vi subirse al trenecito, muy campante. 
El castillo como siempre, maravilla para extranjeros, solo una casota para nacionales, completamente incapaces de imaginar a Chapultepec en su gloria azteca, o la invasión gringa, o el imperio de Maximiliano, una pena. 
Escucho de casualidad a los niños, el futuro de México, diciendo que su maestra les dijo que Juan Escutia se aventó con la bandera, hasta el barranco, y yo con la frustración de no poderle decir: “Tu maestra está loca, imagínate el pinche saltote que tuvo que dar desde el astabandera hasta el barranco, ni a la fuentecita del chapulín habría llegado”. Pero me aguanto, puede mas la historia heroica que la física. 
Unas salas mal ventiladas, atascadas de gente, al grado que se tiene la sensación de respirar caldo de haba, y en otro lado, el estupendo mural de “Siqueiros”, solo, sin nadie que aprecie la experiencia, y todo porque en los libros de la SEP, vienen unos cachos, sin perspectiva ni nada. 
Total que al bajar, los niños de nuevo víctimas del mercado, con una peluca rosa con canas (en serio), y unos binoculares 0X, y a caminar hacia “La Diana” por la “Estela de luz”, donde uno se pregunta invariablemente : “¿Y esta madre, para que, cá´on?”. 
La experiencia termina, cuando damos “n” vueltas en reforma, que después de cierto punto, tiene salidas solo para iniciados, vemos un payasito de crucero (ya sin máscara de Salinas, que ya no está de moda), y nos devuelve a la realidad terrible del trabajo infantil, que la ignorancia convierte fuera de dimensión, en parte del folcklore. En algo que existe, pero que no mueve a la búsqueda de respuestas, o soluciones. No importa que sea un castillo rico en historia, o un niño con globos en las pompis. 
En resumen… Estamos jodidos. 

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